INFECCIONES MATERNAS Y EPILEPSIA

Un reciente estudio comprobó que la exposición prenatal a infecciones maternas como la cistitis, pielonefritis, diarrea y ciertas infecciones vaginales está asociada a un mayor riesgo de epilepsia en la infancia.

Por Ricardo Gómez Vecchio

La epilepsia es una enfermedad caracterizada por crisis epilépticas recurrentes que afecta al uno por ciento de la población antes de los 20 años. Las infecciones maternas durante el embarazo han sido asociadas con un mayor riesgo de parálisis cerebral, retardo mental y esquizofrenia, pero no estaba claro si influyen en un mayor riesgo de epilepsia en la infancia, aunque algunos estudios así parecían indicarlo.

En un trabajo recientemente publicado en Pediatrics, journal oficial de la Academia Americana de Pediatría, un grupo de investigadores buscó asociaciones entre ciertas infecciones específicas que sufrieron las madres durante el embarazo y el riesgo de que los hijos que estaban concibiendo tuvieran epilepsia en la infancia. Para ello utilizaron datos poblacionales de niños nacidos en Dinamarca a los que se les hizo un seguimiento de ocho años.

Los investigadores, encabezados por Yuelian Sun, del Departamento de Epidemiología y Práctica General, del Instituto de Salud Pública, en la Universidad de Aarhus, Dinamarca, recolectaron información sobre numerosas infecciones sufridas por las madres durante su embarazo a través de un cuestionario y también información sobre casos de epilepsia, que obtuvieron del Registro Nacional de Hospitales de Dinamarca. En la muestra incluyeron a niños que tuvieron crisis epilepticas después del nacimiento y que posteriormente recibieron un diagnóstico de esa enfermedad.

El criterio fundamental que en general los médicos aceptan para establecer el diagnóstico de epilepsia es que una persona haya padecido al menos dos ataques, es decir, una afectación crónica en la que se suceden crisis epilépticas de forma recurrente. No todo persona que haya sufrido una crisis epiléptica es considerada epiléptica, ya que cualquiera, en determinadas circunstancias especiales, puede padecer un “ataque”, como sucede con una bajada brusca de la glucemia en un enfermo diabético, en un traumatismo craneal accidental, o con la ingestión accidental de determinadas sustancias.

El cerebro es un órgano muy complejo, formado por millones de células llamadas neuronas. Funciona como un gran ordenador que nos permite pensar, memorizar, mover un grupo muscular o respirar. La excitación anormal de un grupo de neuronas y la liberación de energía a través de los “neurotransmisores excitadores” va a dar lugar a una crisis epiléptica. Dependiendo del área cerebral implicada, los síntomas van a ser motores, sensitivos, sensoriales o una mezcla de ellos.

Aunque a menudo se usan indistintamente los términos crisis epilépticas y convulsión, este último debería emplearse cuando el componente motor es la característica principal de la crisis. Se distinguen así dos grandes grupos de crisis epilépticas: las convulsivas y las no convulsivas. Cuando las crisis epilépticas se suceden de forma recurrente y crónica se habla de epilepsia.

La convulsión es por definición una contracción involuntaria de la musculatura, discontinua, independientemente de que se trate de contracciones breves, como sacudidas, o de espasmos de mayor duración interrumpidas en algunos casos por intervalos de relajación muscular, o de una contracción mantenida sin apenas relajación. El ataque convulsivo más frecuente es la llamada crisis tónico-clónica, que se acompaña de alteración del nivel de conciencia y es la manifestación epiléptica por excelencia.

Durante la investigación los científicos buscaron asociaciones entre las infecciones sufridas por las madres durante su embarazo y la epilepsia de sus hijos luego del nacimiento. De todas las infecciones analizadas, descubrieron que en los casos en que las madres sufrieron de cistitis, pielonefritis, diarrea persistente, e infecciones vaginales, el riesgo de que sus hijos tuvieran luego epilepsia en la niñez se incrementaba, tanto para los varones como para las mujeres.

Según Sun, el estudio que realizaron es uno de los pocos que examinó la asociación entre las infecciones maternales desde los dos primeros trimestres del embarazo, en lugar de hacerlo desde el momento de admisión de las madres para el parto. Pero, dadas las limitaciones de la información clínica de la que disponían, no pudieron examinar si la asociación entre estas infecciones y la epilepsia estaba restrigingida a ciertos tipos específicos de la enfermedad. Lo que sí encontraron es que las infecciones sufridas por las madres durante el embarazo también se asocian a un mayor riesgo de que sufran otras complicaciones, tales como preclampsia (caracterizada por la aparición de hipertensión aguda después de la semana 24 de gestación) y diabetes.

De acuerdo con los investigadores hay evidencias crecientes que indican que las infecciones durante el embarazo están asociadas con un desarrollo anormal del cerebro del feto y con desórdenes neurológicos posteriores durante la vida. Y aunque los mecanismos que subyacen a estas asociaciones aún no están claros, es posible que unas sustancia llamadas citoquinas, que produce el sistema inmunitario durante el curso de las infecciones maternales, puedan dañar el desarrollo del cerebro del feto. Esta idea se ve apoyada por el hecho de que una alta concentración de ciertas citoquinas en el fluido amniótico y en la sangre del neonato está asociada con la parálisis cerebral.

El trabajo concluye que la asociación entre los tipos mencionados de infecciones maternales y un mayor riesgo de epilepsia existe. Si algunas de esas asociaciones son causales, podrían deberse a las infecciones mismas o a sus consecuencias, como los cambios que producen en la dieta o la deshidratación, y posiblemente a sus tratamientos. Pero para poder determinarlo es necesario seguir ahondando las investigaciones.

Afortunadamente, la mayoría de las epilepsias se controlan con un tratamiento farmacológico sencillo, precisando tan sólo un fármaco, y muy pocas precisan de dos o más medicamentos. Dada la variedad de fármacos existentes, todos ellos con eficacia demostrada, los médicos deciden el fármaco o la combinación de los mismos más adecuada en cada paciente en concreto.

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